La arquitectura bioclimática no es una técnica exclusiva de vanguardia, ni un invento de laboratorio, ni tan solo es algo nuevo. Es construir en conexión con la naturaleza. Pensar en los edificios como pobladores de un hábitat, teniendo en cuenta las condiciones climáticas y ambientales en las que tendrán que funcionar, buscando las mejores soluciones para lograr un confort térmico óptimo en su interior. Para ello, se da prioridad a los sistemas pasivos y naturales por encima de las soluciones mecánicas. Por ejemplo, una ventilación natural siempre resultará más adecuada que un sistema de extracción de aire forzado.

Pero, como decíamos, construir casas pensando en su entorno climático, es algo que los humanos y algunos animales llevamos siglos haciendo. De hecho, mucha de la arquitectura tradicional se basa en los principios de la bioclimática: las casa encaladas con ventanas orientadas al sur en Andalucía o recursos ornamentales que proyectan sombra en las fachadas como en la casa de las conchas en Salamanca, son claros ejemplos de cómo se puede crear un microclima agradable usando únicamente elementos pasivos.

Es verdad que la ciencia nos ha ayudado a llevar un paso más allá algunos conceptos dentro de este campo. Como por ejemplo el empleo de energías renovables, solar o aerotermia. O la combinación de ambas.

También se ha avanzado mucho en materiales para la construcción, poniendo especial atención en que sus procesos de fabricación no produzcan residuos tóxicos y no consuman excesiva energía. Y aunque algunos de estos materiales son de nueva creación, como el “bio-hormigón”, la “bentonita” o la “termo-arcilla” también se han recuperado materiales tradicionales como la lana de oveja o el adobe.

Otro de los aspectos importantes en los proyectos de arquitectura bioclimática es la gestión de los residuos. Tanto del proceso constructivo como de los que genere posteriormente el uso del edificio. Depuradoras de agua, reutilización de materiales, etc.